Crítica | Ricardo Portman: Refugio en una tarde de domingo

Crítica | Ricardo Portman: Refugio en una tarde de domingo

[Teresa Cerón López] @ecosdelvinilo | @terethali

Hay discos que surgen espontáneamente y otros que ven la luz tras años de concienzuda preparación. Eso le ha ocurrido a Ricardo Portman con Castaway, una hermosa colección de canciones que lo acompañan desde hace años y que ahora, por fin, ven la luz.

Cuando a Portman le azotaba la zozobra, la incertidumbre, o sencillamente algo lo sacudía agarraba la guitarra y vomitaba melodías como válvula de escape. A veces nos mostraba tímidamente sus avances en la composición; creo que no soy la única que sintió una punzada en el estómago mientras desfilaban las notas y versos que hoy dan vida a un bonito disco. Y es que la emoción acompaña a este cancionero, bueno, la emoción y el corazón, por ello suena especial y diferente.

Él se ha encargado de grabarlo y producirlo, llevando también las riendas del diseño y las fotografías que lo acompañan. “Castaway es, ante todo, un atisbo… la punta del iceberg” confiesa con voz pausada. De entre todas las canciones que tenía en la recámara escogió las más redondas, las que merecían un puesto de honor, y las grabó entre Santo Domingo y Madrid.

Sin miedo, sin presiones, sin opiniones de terceros, con una libertad total, por ello toda la obra rezuma autenticidad: “Este es un disco alternativo como tantos e indie como muchos”. A él le gusta llamarlo “lo-fi folk”, cree que navega llevado por esa corriente, y tiene la certeza de haber encontrado el sendero que lo llevará a la tierra prometida.

En Castaway sobresalen varios rasgos, creo que si nos tuviéramos que quedar con uno, ese sería la crudeza. Es un larga duración muy de mirar hacia dentro con algunas excepciones como Red Velvet Muse con la que se inicia la travesía, inspiración surgió, inicialmente, de esa mujer misteriosa que aparece en los cuadros de Dante Gabriel Rosetti (1828/1882) que no era otra que su esposa Elizabeth Siddal, quien se suicidó con láudano en 1862. Lo mismo ocurre con la guitarrera Travelin’ Girl, un golpe en la mesa en clave de rockabilly cuyo telón de fondo no es otro que la libertad. 

Brilla On The Distance Of Your Song, canción en la que palpitan todos los referentes de Ricardo; es su pequeño homenaje al poder sanador de las canciones, “también habla de la despersonalización social que nos rodea”. 

El tratamiento de las guitarras en Black Pearl la convierte en una pieza muy especial, suena a madurez y a carga personal. Confiesa que “aparentemente es una canción de amor cuyo trasfondo no es tan puro”. Portman pretendía llevarla a un plano oscuro y la melodía se dejó hacer, de hecho al escucharla, uno tiene la sensación de que ella quería sonar así, de que la canción logró imponerse al artista.

Hace guiños al pop en Jade Queen, “es una ficción con alma pop: Un viaje figurado a los pies de la Pirámide del Sol y quien la ocupa”. Presume al hablar de May The Wind Take Your Name Away, le gusta como ha quedado esta pieza que versa alrededor de los recuerdos; el blues la envuelve con dureza mientras la letra parece querer enarbolar una gran bandera blanca en señal de despedida. Su esencia es la ausencia de un ser querido, una ausencia voluntaria que se recibe sin acritud; a bote pronto suena a estallido de ira, a desastre personal, pero ¡falsa alarma!, su letra esconde un amor muy poderoso.

Llegando a la recta final del trayecto, se asoma al precipito en Early Mourning, es otro blues en penumbra: “un blues con ecos y espesura ‘between the lines’ de una composición que estuvo muchos años deambulando por mis cuadernos. Su inspiración surgió de la pérdida de un ser querido que era el sol”, apunta.

Su letra lleva al disco a otro lugar porque no tiene filtro y suena creíble; Ricardo tiene la habilidad de meterse en nuestras cabezas inventado mundos que suenan a verdad. Aquí las idas y venidas son retratadas con pulso firme desde un bastión accesible, sin rencores. El disco cierra con The Last Child (Reprise), su autor (junto a su compañera sentimental), define el final como eléctrico, comparándolo con un veneno de efecto lento: “The Last Child (Reprise) posee un reverb que viene desde la Epiphone Casino”. 

No le llevaremos la contraria al señor Portman, ni ocultaremos lo mucho que nos gusta su debut como solista. Echábamos de menos tener entre las manos un disco como este: necesario, con empaque. Compañero ideal para una tarde triste en un domingo invernal.

Sobre la autora del artículo:

TERESA CERÓN LÓPEZ: Arqueóloga y melómana.  Es la pluma fina y el verbo exacto, con Lezón y Rosenvinge en el corazón. Es parte fundamental de Ecos del Vinilo desde el big-bang. – @terethali

Copyright © 2022 Ecos del Vinilo. Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial sin previa autorización del autor.

Mostrar 1 comentario

1 comentario

  1. JTE

    Maravillosa descripción y recomendación. Un despiece original que servirá de guía para saborearlo.

Los comentarios están cerrados