Crítica | McEnroe: “Cuando de mi solo queden huesos”



La Distancia 
[Subterfuge

★★★★


[Teresa Cerón López] @ecosdelvinilo

Sabes que has invertido bien en un vinilo cuando tus hijos dejan aparcada la consola para verte realizar, una vez más, el ritual de sacar el disco de su carátula, y ponerlo muy flojito en el salón de casa.

El olfato de los más pequeños no falla nunca. Son auténticos sabuesos, detectan una buena melodía a la misma velocidad que alcanza la luz, y si el elepé merece la pena, mandan de paseo a la mismísima Jennifer López mientras los llevas a la playa en coche. Estos días, en mi familia, los desplazamientos en bólido solo tienen una banda sonora: La Distancia, el nuevo y precioso disco de McEnroe. Observo cómo sacan sus cabezas por las ventanillas sin que ellos se den cuenta, y veo a dos hermanos muy distintos entre sí, con un nexo en común: Las canciones de una banda de amigos. 

¡Cuánto se ha hecho esperar este trabajo!, me digo mientras suena la intro arrolladora de Seré Tú. A los nenes les explico que ese ruido que escuchan al principio  se llama efecto. No sé si me han entendido muy bien, ellos dicen que los de Getxo están en el bar, que escuchan las copas de cristal y que se van a emborrachar…. Les hablaría del pequeño guiño a los Smiths que encierra el comienzo, pero prefiero que hablen ellos. Que se los imaginen en un bar de la costa americana brindando felices por esta primera canción del disco. Seré Tú es luz.  Es vitalidad. Un tema en el que todo encaja, y si lo canturrea un chaval de seis años, el buen gusto está asegurado. Prevalecen los teclados, la música conduce a la letra en un soberbio ejercicio de precisión. Hasta Ricardo Lezón parece cantar sin contención aquí. Ahora soy yo la que imagina. Cierro los ojos y puedo verlo en el estudio, tomando aire para expulsarlo en forma de esperanza. ¡Qué inicio tan matador, caray! Nos acaban de abrir las puertas del festín a la familia, y nosotros en pleno atasco camino a las clases de baloncesto, sin saberlo. 

Le sucede La Distancia Del Lobo, un tema que conforme se desarrolla, crece. Crecen sus versos, se lucen las estrofas, resintoniza nuestra sensibilidad, aunque me chiven desde el asiento trasero, que los lobos son malos porque lo dijo la monitora de la granja en la última excursión escolar. Al lobo… ¡Cuidado! ¡Lejos, mamá! ¡Pues ya está, chicos, el título  del segundo corte viene al pelo aunque la canción hable de romper con el miedo, y dar un salto más en esta vida nuestra! Las inconfundibles guitarras del grupo se abren paso, los instrumentos se fusionan a las mil maravillas en una letra agridulce. La Distancia del Lobo a veces es remanso. Otras carne al rojo vivo tras la mordida. Dicen los chavales que lo mejor de la canción es cuando Ricardo asegura que rompe con la distancia, la distancia de un lobo que ellos creen el de Caperucita Roja, y que lo separa del lado bueno, del cazador del bosque. Amén, hijitos míos. 

Con Asfalto (Libres Los Animales) les pido que levanten la mano si no les gusta la voz de Jimena junto a la de su papá Ricardo. Forman un buen tándem, dice mi hijo mayor. El padre guiando a la hija en la vida, y ahora también en el estribillo de esta joya que se sirve de la naturaleza como colchón. Escuchamos cómo sopla el viento y sentimos frío porque aunque estemos en mayo, dice el pequeño de la casa que en la canción es invierno. No sé qué pasará por sus cabezas, la mía transita por un camino secundario mientras me arrebata la añoranza, y pienso en esas tardes de infancia en las que subíamos al monte a coger caracoles después de un par de días de lluvia. Asfalto me transporta a vera de los abuelos que ya no están, y a la vejez de unos padres que hace un par de días eran tan jóvenes como lo soy yo ahora. El texto emociona, ninguno de sus versos es gratuito, confirmándonos que Lezón calcula con precisión las palabras hasta dar en la diana. 

La siguiente canción se titula La Gran Belleza, o “la canción de las bicis”, me corrigen por aquí. Es la favorita en casa porque en el tema es verano. ¡No hace frío, mami, y tampoco vamos al cole! ¡Por eso es la mejor de los McEnroe, mamá! ¡Espabílate de una vez y aparca la tristeza que provoca ver la nieve caer! 

Es musicalmente perfecta. Los arreglos en su punto justo aunque al principio costara un poco quitarle la etiqueta cantautoril. Nada falta ni sobra en La Gran Belleza, ni un pero a la voz de Ricardo que aquí suena hasta exacta. Es un corte facturado con buen gusto. Podemos reconocer todos los instrumentos, imaginar a Pablo en acción con el bajo en la mano, a Edu sentado explorando, a Jaime creando paisajes, o a Gonzalo preocupado porque todo suene bien. Su letra es una oda al paso del tiempo, un homenaje a ese amor de juventud que se reinventa con el paso de los años negando la fugacidad. 

Antecede a Luz De Gas, la cual envuelve a los oyentes infantiles gracias a su sutil sencillez. Me gusta escuchar cómo tararean fragmentos de la canción como si la conociesen desde hace tiempo. Dicen que ya se la sabían de antes. Quizás sea eterna. A lo mejor la escucharon los griegos que combatieron en Maratón antes de la gran batalla. A lo mejor, Luz de Gas no muera nunca porque tiene  dos últimos minutos  dignos de proclamarla victoriosa de cualquier contienda musical. El final de la tajada es un derroche melódico de altura, acorde con una letra que exalta los buenos momentos vividos siempre en compañía. 

La calma nos dura poco. Empiezan a escuchar Cerezas y nacen las preguntas: ¿Dónde viven McEnroe? ¿Han dado conciertos en Madagascar delante de lémures? ¡GLUPS! Centrémonos en la canción, queridos míos. Estáis escuchando una pieza perfecta. Un dechado de fragilidad engañosa que apreciaréis mejor cuando crezcáis. Cerezas es inquieta, un corte hacedor de sonrisas al que la voz de la joven Jimena, aporta dulzura cuando casi está a punto de acabar. El primer single del disco nos anunció el regreso de una banda que extrañábamos muchísimo, fue el anticipo perfecto de lo que vendría después: Un disco adulto, maduro, gestado sin miedo porque el tiempo, “ese cabrón“, al que tanto canta Christina Rosenvinge, pasa para hacernos coleccionar cicatrices a la altura del corazón. Pero estas cosas no las debe confesar una madre en voz alta mientras va por carretera. Se supone que las mamás somos fuertes y no lloramos jamás, así que me limitaré a explicarles que lo que escuchan es una cancioncilla que tiene como misión sacarle punta a todas las espinas de la duda. Es un traje hecho con amor. Presiento que me han entendido perfectamente mientras paseamos por La Vereda. No sé si estoy en lo cierto, pero suena mediterránea y presta. Es alegría en su forma más pura, hasta podríamos bailarla en las fiestas del pueblo el próximo verano. Se nos escapa de los dedos borracha de sensibilidad y vida mientras la voz de Jimena intenta alejar la oscuridad. Presume de dulce furia en un estribillo que sin sobrecargarnos nos hace felices. En La Vereda las voces de Ricardo y su hija, suenan sorprendentemente cálidas.

Preocupados por ir más allá y entendiendo la música como un oficio que supera incluso a la propia música, en esta canción hilan fino el texto y las armonías para darle un barniz magnético. ¿Cómo pueden tocar y escribir así? ¡Que siga brillando la poesía mientras amansamos nuestra dulce furia, por favor!

Haciendo un alto en el camino, cedemos paso a Luciérnagas. Para los chicos, la canción menos sorprendente.  Yo tengo una explicación bastante sencilla para esto: Luciérnagas lleva el sello de la banda. Es tan McEnroe como redonda, no se queda atrás, va a la zaga del resto del elepé. Es un medio tiempo que nos retrotrae gloriosos y borrachos de melancolía. Nada en un río de contradicciones sin victimismo, ni llanto lastimero pidiendo misericordia. El protagonista del tema, parece resurgir cual ave fénix de la tristeza. Puedo verlo frente a mi arrebatado y anhelante, cantando versos para limpiarse las lágrimas, mirando el horizonte con cierto atisbo de esperanza. Los chicos me han prometido que, cuando de mi solo queden huesos, seguirán oyendo esta canción en mi honor. 

El telón se cierra con El Buen Invierno. Un auténtico broche de oro, puro caviar. La despedida perfecta en forma de corte reflexivo, encantador, una inundación de buenos deseos. Es prácticamente imposible no caer en el exceso con él, y decir que se trata de lo mejor que han hecho en mucho tiempo. Cumple el objetivo que debe tener toda canción: Llevarnos a otro lugar repartiendo emoción sin que nos demos cuenta. Nos hace pensar en lo importante que es para la banda cerrar los discos con canciones que posean ante todo, esencia. Los instrumentos en El Buen Invierno arropan su letra con delicadeza logrando un clima dulce e inimitable.

Sé que La Distancia será un disco de largo recorrido, tengo buen olfato para detectar obras maestras en la música. También sé que en un abrir y cerrar de ojos, mis hijos serán adultos y encontrarán el aliento necesario para sacarse las astillas refugiados en sus canciones.








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