Cruce de caminos | A Night At The Opera

“Mientras todo va de la claridad a la oscuridad se escucha a todo volumen un grandioso Mamma Mia, Mamma mía, Let me go” 
[Ricardo Portmán] @ecosdelvinilo

Es de noche en la Caracas de finales de los setenta. Voy sentado en el coche de mi tío, vamos a toda velocidad por la parte inferior de la Avenida Libertador, donde una serie de estructuras de concreto por encima nuestro van cortando los rayos de luz de la iluminación urbana. Mientras todo va de la claridad a la oscuridad se escucha a todo volumen un grandioso Mamma Mia, Mamma mía, Let me go y yo, mirando como mis pies llegan de casualidad al borde asiento rio con ganas, que música tan divertida… no tenía idea de muchas cosas (tendría a lo sumo tres años recién cumplidos) y menos que existía algo llamado Queen o Bohemian Rhapsody. Solo sabía que ese Mamma mía me encantaba y pedía que rebobinaran el cassette constantemente para volver a escuchar la canción. Cosas de niño.

Bohemian Rhapsody es la primera canción que recuerdo haber disfrutado, la primera vez que sentí algo distinto con la música. Años después, siendo aún un niño, llegaría a mis manos el A Night At The Opera, y el efecto se potenció -ya todo no era Bohemian- con la venenosa Death On Two Legs, la testosterona de I’m In Love With My Car y la inocencia de You’re My Best Friend.

La portada del disco me duró blanca inmaculada casi nada -fuera el plástico la tragedia estaba asegurada en manos de un imberbe- pero los sonidos me desafiaban, me mostraban que el rock llegaba a muchos destinos y tocaba muchas fibras. Lazing On a Sunday Afternoon era desconcertante pero a la vez tan divertida, una tira cómica, un cabaret multicolor que saltaba desde su brevedad a I’m In Love With My Car, con un Freddie Mercury con una voz muy distinta, agudísima, que me intrigaba porque parecía otra persona: Claro –for god’s sake– era Roger Taylor, mi primer héroe de la batería. 

You’re My Best Friend me fascinaba -lo sigue haciendo- desde que ví el videoclip con las velas y John Deacon al piano. Esta era la única canción de A Night At The Opera que conocía de antemano, aparte de Bohemian. Los coros eran miel irresistible e increíblemente, no siendo la canción más rock de Queen, su arreglo de batería me volvía gustaba a rabiar. 

La canciones de corte folk, de palmas y fogata siempre me gustaron (todas menos el puñetero Old McDonald had a farm) y ’39 con ‘otro Freddie’ nuevamente -Brian May- y el cristalino torrente de guitarras acústicas. Dando palmadas y golpes en el piso con el pie, solo me faltaba la rama de trigo en la boca para ser un arkansiano. 

El arrebato eléctrico Sweet Lady me recordaba que este era un disco esencialmente rock, y aunque esta era una canción menor, a mi me parecía un himno absoluto.  Este tema era la clásica composición de Brian May, de los cuatro Queen el más apegado al rock clásico, así como el querido Freddie era el embajador del bayou, el vaudeville y el show de variedades con la siguiente caricia, Seaside Rendezvous.
The Prophet’s Sons. Una maravilla que rivalizaba con Bohemian Rhapsody y que compitió para ser el single principal. Con más de ocho minutos, este era el despliegue de las artes de Queen como fuerza sonora indiscutible. Mercury está inmenso, invencible, como un hijo de los dioses ante fuegos sagrados y arcanos inescrutables. 

Mary Austin estaba presente A Night At The Opera en las lánguidas notas de Love Of My Life, posiblemente la canción de amor más pura y sincera de todos los tiempos. Freddie, a su manera, amaba a Mary como nadie, y así fue hasta el fin de sus días.  Good Company aligeraba la intensidad pasional de Love Of My Life con Brian al Ukelele, teniendo el dudoso honor de ser la canción que menos escuchaba del disco. Para mi, el vaivén de emociones fue demasiado bajo con este amable pero intrascendente ejercicio de estilo. 

Bohemian Rhapsody. Para quien escribe, la mejor canción rock de todos los tiempos. Ésta seguramente es una afirmación basada en la subjetividad por ser la primera melodía que se instaló en mi memoria pero cuando buscaba -y a veces busco- contendientes para el trono mayor me doy de bruces ante el muro de la evidencia. Con los mejores fragmentos rock que s hayan escrito, con uno de los solos de guitarra más identificables y personales de May, la única sección operática que es conocida de memoria por casi toda la raza humana y una letra desgarradora, Bohemian Rhapsody sigue como la perfecta torre de marfil del rock n’ roll.
Pocas, poquísimas veces escuché el último track, God Save The Queen, y no por anti-británico sino por el anti-clímax musical que me producía tras el Anyway The Wind Blows. A Night At The Opera fue el primer disco completo que me fusionó con las vibraciones de Queen, a la vez que me enseñó que habían más secretos en el cofre de Mercury, May, Taylor y Deacon. Dios salve a la Reina y sus esencias que hoy siguen alimentando la pasión de millones.


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