Ginger Baker: handle with care

La eterna vigencia del más inflamable de los bateristas 


[Ricardo Portmán]

El sonido de las bombas alemanas explotando. Esa fue la primera influencia musical de Ginger Baker: «Todavía me encantan las explosiones». Es seguro que este pistoletazo de salida en su vida haya marcado su futura pasión por los golpes de baqueta. No es un secreto de estado que Baker es quizás el mejor baterista de todos los tiempos. Tampoco lo es que ha cultivado enemistades al por mayor. Ginger es una fuerza de la naturaleza; un cruce entre la belleza de su arte y su ilimitada capacidad destructiva. Poco menos que un volcán en erupción. 

Como polillas volando alrededor de una luz que les fascina pero que puede destruirles, muchos de los mejores músicos han gravitado entorno al baterista. En sus años de gloria, Ginger fue parte fundamental de la Graham Bond Organization, Cream y Blind Faith. Proyectos musicalmente soberbios pero que terminaron de la misma manera para Baker. Ya fuera por enemistades que se han vuelto legendarias, como por ejemplo con su némesis Jack Bruce, como por su espíritu agresivo y autodestructivo (su adicción a la heroína y el alcohol).

Eric Clapton, su gran valedor durante varios años, marcó distancias con el baterista, a quien describió como «una amenaza para mí y lo que yo llamaría mi sobriedad». Sin embargo, aparte de su reunión para revivir fugazmente a Cream, Eric si que se prestó para dar testimonio en el documental Beware of Mr. Baker de Jay Bulger. Jack Bruce, Neil Peart, Chad Smith, Carlos Santana, Charlie Watts, Steve Winwood, Stewart Copeland, ex-esposas e hijos también participaron en el documental para completar la crónica visual de Baker.

Extremista al límite, sus reacciones van desde radicarse en el continente africano, fascinado por los ritmos, hasta vociferar cosas irreproducibles de colegas tan célebres como Keith Moon y John Bonham. Siempre se ha considerado a sí mismo superior por sus bases jazzísticas.

Ginger Baker maldice y fuma a partes iguales hasta que se sienta a la batería. En ese instante se convierte en una hidra de virtuosismo. Siempre ha existido la incógnita de si su talento justificaba su comportamiento. Cada quien puede dar su respuesta, pero si algo es seguro es que la evolución de la batería rock no sería la misma sin la incursión de este extraño cruce entre genio musical y matón de barrio. Ginger Baker, más allá de su pirotécnico mal genio, es un maestro del género y se ha mantenido en la senda de la búsqueda. Probablemente sea Johnny Rotten el que más claro tenga su veredicto sobre Baker: «No puedo cuestionar a nadie con resultados finales tan perfectos».




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