Rick Wright: The Quiet Side of the Moon


Septiembre de 2008. Tras una discreta y fútil lucha contra el cáncer, moría el responsable de algunos de los mejores fraseos y acompañamientos armónicos de todos los tiempos. Nos dejaba el lado tranquilo y silencioso de esa catedral llamada Pink Floyd, su tecladista Rick Wright. Tenía 65 años y después de Syd Barrett, es el segundo miembro fundador de la banda que nos deja.


Richard William Wright (Londres, 1943) siempre encarnó la sutileza y el envoltorio sideral. Esa bola de sonido que todo lo envuelve, ya sea con su adorado órgano Farfisa, el minimoog o simplemente con el piano, que en sus manos, era la sala de máquinas del sonido que convirtió a Pink Floyd en patrimonio indeleble de la cultura occidental. 

Aunque nunca fue un compositor prolífico, la cantidad la compensó con la calidad de sus aportaciones. Además de los teclados, Rick también surtía de coros, el contraste necesario para mantener la paz entre los registros antagonistas de Gilmour y Waters.

El legado de Wright nos dejó obras maestras, momentos irrepetibles que han perdurado a lo largo de décadas. Recordamos algunas de estas epifanías: 
The great gig in the sky (1973)
Es la gran baza y ancla de Rick Wright como compositor e intérprete. Tema fundamental del Dark side of the moon. Su piano lleva sobre los hombros el lienzo sobre el cual planean el pedal steel de Gilmour y la voz inolvidable de Clare Torry. Ciertamente un grandioso bolo en el cielo.
Shine on you crazy diamond (1975)
Rick formó parte del triunvirato compositor de esta sinfonía eterna, junto con Roger Waters y David Gilmour, incluida en el disco Wish you were here. Sus bases armónicas, ambientes sonoros y las líneas solistas al minimoog son el trademark de una de las mejores composiciones de todos los tiempos.
Us and them (1973)
Comparte créditos con Waters en la composición de este sugerente tema. Jazzístico, delicado, inspirado. Wright hace suyo cada compás de esta maravilla también del Dark Side of the Moon.
Echoes (1971)
Esa nota aguda y cristalina, es la carta de presentación y preludio de la vorágine de Echoes (del disco Meddle). Además de los más que solventes teclados a lo largo del tema, también aporta su voz, junto con Gilmour, en probablemente su mejor momento como cantante en Pink Floyd. Inolvidable su interpretación en el anfiteatro de Pompeya.





Sin embargo, puntualizaciones aparte, cada disco de Pink Floyd tine su «momento Wright». Ya sea en el «Summer ’68» (Atom Heart Mother), «Remember a Day» (A Saucerful of Secrets y Relics) o «Welcome to the Machine» (Wish you were here). Lo mejor para recordarle como merece es una buena taza de té, incienso y sentarse disco por disco, que ahí le encontraréis con su magia y sus corcheas. Hasta siempre, Rick.

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