Concierto | Nick Mulvey y Tamino: Sencillez en todas sus vertientes

Concierto | Nick Mulvey y Tamino: Sencillez en todas sus vertientes

Así fue su presentación en Noches del Botánico

[Andrea Colino] @ecosdelvinilo | @andreaacolino

Hay quien dice que menos es más, y hay quien dice que más es más. Ambas son ciertas: dependiendo de las circunstancias y el contexto, te puede valer una o te puede valer otra. El caso es que la sencillez es un arma de doble filo, y si sabes usarla bien te puede dar victorias inmensas. El pasado lunes fui testigo de una batalla campal entre dos enfoques muy distintos del uso de la simplicidad en la música: Nick Mulvey vs. Tamino. No me gusta enfrentar artistas, y por eso no suelo hacerlo, pero hay veces que la disparidad está tan clara que no hay otra manera de plantearlo. Esta es una de ellas.

Nick Mulvey

El calor apremiaba en una tarde seca de 26 de junio, pero el entorno verde del Jardín Botánico nos recibía con los brazos abiertos y cervezas fresquitas. A las 20:45 empezaba Nick Mulvey su set, una hora idónea para las vibras que su música transmite, pero una posición en el cartel poco favorecedora, ya que debido al calor y al sol poca gente se animó a verle tocar, menos de la que creo merecía. 

Foto: Andrea Colino

Abrió su humilde set abrazado a una guitarra clásica, acompañado por su colega Totidub a las bases y efectos, y vestido como un auténtico ibicenco con sus alpargatas, su camisa de lino y sus ojos azules. Un inglés con mucha labia y una actitud bastante mediterránea: cercano y caradura, chapurreando las cuatro palabras que sabía decir en español y enseñando mucho diente con una media sonrisilla. Comenzó tocando Begin Again solo ante el peligro, punteando en su guitarra y llenando con su voz cada rincón del recinto. 

Aunque Mulvey tiene la capacidad de defender un concierto él solito con una guitarra y un par de efectos controlados desde un ordenador por Toti, yo siempre seré defensora de las bandas. De los instrumentos reales al completo, no los artificios ni las tecnologías. Llamadme vieja. Y eso lo eché de menos, pero no lo eché en falta. La verdad es que a la sonoridad no le faltaba de nada, el sonido del directo era completo lo cual me lleva a hablar del buen uso de la sencillez que presenciamos en su concierto. 

Intercambiando una guitarra clásica por una eléctrica a lo largo de su hora de set, el británico tocó un total de 11 canciones, un concierto breve para mi gusto porque podría haber tocado 35 que no me hubiera cansado. Entre ellas estaban Unconditional, que supuso una absoluta celebración, o Who is our mother que el músico se marcó a pelo con su guitarra, sin necesidad de los efectos que habían estado presentes en todas las canciones hasta entonces.

 

Foto: Andrea Colino

Continuó con una coreada Cucurucu que nos puso los pelos de punta mientras se escondía el Sol, pero el momento catártico fue protagonizado por Fever to the Form. Lo bonito e interesante de la música de Mulvey es que, a pesar de que sus estructuras sean todas similares y que las melodías instrumentales parezcan loops de 4 minutos, no cansan. Las composiciones de sus punteos y su manera de tocarlos son tan acogedoras como desgarradoras. Su música tiene algo que te atrapa y te mueve, y Fever to the Form es la clara muestra de esto. Siguió con Mona y Mecca, de su más reciente trabajo New Mythology (2022), para finalizar su actuación con Mountain to Move introducida por las palabras de ecologista e inspiración del propio Mulvey, Joanna Macy. Un set donde destacó la sencillez y la gran capacidad del músico de hacer de esta una herramienta poderosa. Yo personalmente hubiese terminado la jornada ahí, porque lo que vino después me resultó todo lo contrario. 

Tamino

Causando estragos en un público significativamente más joven de lo que se suele dar en Noches del Botánico, el artista belga-egipcio pisó el escenario a las 22:30 con sus rizos morenos y su mandola en la mano. Con ella y su profunda voz de dejes árabes abrió su concierto cantando A Drop of Blood. La cosa pintaba bien, intensa pero bien (y aquí la intensidad nos gusta) así que íbamos por buen camino. Pero entonces, en The Longing se unieron sus compañeros al resto de instrumentos: un cello, una batería, un bajo y un teclado, mientras él se encargaba de las cuerdas (guitarras eléctricas, guitarras acústicas, dobro, etcétera) y la voz. 

Foto: Andrea Colino

Siguiendo la línea de la sencillez y la simplicidad, pero esta vez no de puesta en escena sino de contenido, Tamino dio un concierto sin chicha. Con buena voz, una afinación perfecta y una cadencia especial que no se puede negar, pero carente de emoción. Eso es por lo menos lo que a mí me llegó. La desgana del artista, muy inoportuna si fue algo de un día o tal vez intencionada (mala decisión) para hacerse pasar por el Jeff Buckley de las nuevas generaciones, no funcionó. 

Así como el sonido fue el idóneo y la producción que llevaba era excesivamente buena, el contenido me dejó fría. En tan solo 14 canciones (un concierto breve para ser el segundo y gran acto de la noche) consiguió que gran parte de la audiencia buscara la salida antes de tiempo. Y no creo que fuera porque no sonaba bien, porque sonaba impecable, sino porque de tan impecable que era no tocaba ninguna fibra emocional. A veces lo demasiado perfecto nos agota, y esa es la sensación con la que este joven artista me dejó. 

Foto: Andrea Colino

Dividió el concierto en dos, tocando canciones de los dos discos que ha sacado hasta ahora: empezó tocando mayormente canciones de su reciente trabajo Sahar (2022), como The Flame o You Don’t Own Me, y continuó tocando algunas de sus canciones más famosas que forman parte de su álbum debut Amir (2018), como Cigar, Indigo Night o Habibi. Si alguna me pudo conquistar fue esta última, además de w.o.t.h. por la muestra de sus claras y múltiples referencias árabes. Pero en general toda su obra suena parecida, muy parecida. No noté mucho rango de movimiento de una canción a otra, lo que de nuevo me dejó helada. 

Esta es la simplicidad con la que Tamino juega, con la sencillez de las composiciones y no con la sencillez de la manera de mostrarlas. Todo lo contrario a Nick Mulvey, quien con tan solo una caja de madera con cuerdas y un par de ritmillos alegres nos hizo disfrutar. Está claro que uno tiene más experiencia encima de un escenario que el otro, y por ello confío en que todavía el más joven de los dos tiene tiempo de recular y crearse un mejor sello que el de intenso desganado que acarrea actualmente. Que no se me confundan, las tristezas y melancolías en la música se agradecen, y aquí las gozamos como nadie, pero cuando tienen sentido y lo podemos apreciar. Ser intenso porque sí es muy básico, y lo complejo es más divertido de descifrar. |

Foto: Andrea Colino

Sobre la autora del artículo:

ANDREA COLINO: Inspirada, apasionada, bastante intensa y aprendiendo a compartir todo ello con el mundo. – @andreaacolino | @andreaacolinoph

Fotos: Andrea Colino

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