Mi fe perdida

Mi fe perdida

“Aquellos artistas que me calaban hace pocos años hoy han perdido la chispa/el norte, convirtiéndose en casi todos los casos en un remedo domesticado de sí mismos: la caricaturización…”

[Ricardo Portman] @ecosdelvinilo | @portman918

Desde hace mucho tiempo tenía la necesidad de compartir lo que viene a continuación. Abro fuego: He perdido la fe en la escena rock, pop o de lo que llaman ‘indie’, en España. Cero ilusión, ninguna expectativa, nula fascinación. Sólo un puñado de bandas me siguen emocionando, pero representan una ínfima parte del universo musical local. Ya de entrada suelto esto sin mayores juegos lingüísticos. Razones tengo muchas; objetivas algunas y subjetivas la mayoría. 

En primer lugar el noventa por ciento de las bandas me aburren profundamente, no me dicen nada, me echan para atrás con una pose artificial de 1. muy listos, 2. muy intensitos o 3. muy tontos. Las canciones no me dan picotazos en los cimientos. Aquellos artistas que me calaban hace pocos años hoy han perdido la chispa/el norte, convirtiéndose en casi todos los casos en un remedo domesticado de sí mismos: la caricaturización de tantos grupos y solistas me ha extinguido el ímpetu por apoyar, difundir y (peor aún) simplemente de escuchar. No me apetece escuchar lo nuevo porque en mi fuero interno sé lo que es (y no me suelo equivocar, las entrañas no engañan, porque es darle al play y a los cinco minutos TOP click-on-stop). Esto sin dejar de lado el horror medieval con algo tan importante como los nombres de los grupos y el nivel de los artes de portada (¿qué ha pasado? me pregunto de forma retórica). Todo, lo que suena y lo que se ve, va en el mismo pack, todo.

Sí, he perdido la fe también en los conciertos de las bandas españolas (insisto, con la excepción de unas pocas, y ellos saben quiénes son). Lo que veo en la mayoría de los escenarios me lleva irremediablemente al fastidio, al silencio incómodo, al aplauso filántropo, a la añoranza por aquellos -cada vez menos- que se dejan la vida sobre las tablas. Abomino la actitud de gran parte del público, más pendiente de conversar a viva voz y hacerse selfies que de respetar al músico (por muy bueno o malo que sea). Me hunde ver como el postureo es lo que impulsa la asistencia a los conciertos y esto lo digo sin afán de generalizar pero si debo remarcar que un enorme porcentaje va a lo que va: para decir “ahí estuve” y proclamar de forma tácita e hipercasposa “soy moderno”. La absoluta falta de respeto por los intérpretes me ha hecho incluso llegar a la conclusión que yo mismo, como semi-músico (o pseudo-músico, como prefieran) y con cero expectativas de ‘carrera musical’, jamás daría un concierto por voluntad propia, porque si fueran a verme cinco personas (o cuatro, o tres) seguramente se pondrían a contarse sus mierdas o a revisar el Instagram, sin importar que canción brotara de mi garganta/guitarra. Da igual si fuera una maravilla o una basura. Y me disculpo por llevarlo al territorio personal pero todo va de lo micro a lo macro y poniéndome en el lugar del performer logro ver con una radical óptica unfilter la carne y el hueso de mi argumento. Para mí, la mística del concierto ‘emergente’ (y no tan ‘emergente’) ha muerto tras la pandemia (y no de covid sino de una sobredosis de pose, frivolidad e irrespeto).

También he perdido la fe en gran parte en los propios discos (como artefactos sonoros) “de la escena rock, pop o de lo que llaman ‘indie’, en España. Cero ilusión, ninguna expectativa, nula fascinación”. Las producciones me suenan tan artificiales, tan ascensor-sound, tan cartón plano a lo S&F, no percibo que exista un ser vivo en la interpretación, no escucho el chirriar de las cuerdas, el trasteo sutil, el eco lejano de la masa del ampli, la eventual nota en falso, una risilla al fondo, el acento de unas palmas o el crujido del pie golpeando el suelo… ni siquiera el aire que expulsa el cantante. Para mí estos aparentes ‘errores’ serían aciertos en toda regla; sería como retornar al delta de la autenticidad originaria, sería como volver a nacer cada vez que pones un disco. El sonido verité al que me refiero me daría la vida.

Toda esta parrafada os habrá espantado pero tengo la esperanza que quizás no esté solo en este camino. Ojalá el tiempo, los acontecimientos y una nueva inspiración generen en el futuro un nuevo big-bang musical (uno de tantos porque, valga el cliché, la música es algo cíclico). Pero por ahora me mantengo en la posición de ver a la escena rock-pop-‘indie’ española sostenida por muy pocas bandas a modo de clavos ardientes, a los cuales yo (como melómano, crítico, comunicador y semi-músico) me aferro de manera individual y me mantienen con los signos vitales de la esperanza parpadeando débilmente. Todo lo anterior es sólo mi opinión, no la verdad absoluta. Hasta la vista, baby. |

Sobre el autor del artículo:

RICARDO PORTMAN: Fundador y editor de Ecos del Vinilo, es periodista y crítico musical, criado y alimentado por el rock n’ roll; creció a la vera de The Beatles, los Stones, The Doors, Pink Floyd y Queen, compañeros de viaje que fueron nutriendo el banco de datos de una mente que siempre se ha movido en acordes, estrofas y vinilos. – @portman918 | @ecosdelvinilo

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