Enrique Urquijo: Adiós Tristeza

Enrique Urquijo: Adiós Tristeza
“Si algo lo define como artista, al margen de la melancolía, es que sus canciones son él mismo. Sus historias tuvieron y tienen un enorme calado porque están escritas con el corazón”



[Teresa Cerón López] @ecosdelvinilo | @terethali

Veinte años después de la muerte de Enrique Urquijo, líder indiscutible de Los Secretos, y tras quince de la publicación de la biografía “Adiós Tristeza”, la editorial Cúpula tuvo a bien reeditar el libro de Miguel Ángel Bargueño ampliando el volumen con testimonios de amigos, familiares y compañeros de profesión de Enrique a modo de homenaje.

A lo largo de 428 páginas en las que se van intercalando episodios de la vida personal y artística de Urquijo, sobrevuela el respeto y la admiración por el hombre sensible y no siempre bien acompañado que nos dejó un aciago día de noviembre. Sin intención de herir susceptibilidades, Bargueño se desliza por la vida y obra del intérprete madrileño abriéndola en canal. Amparado ante todo por los testimonios de quienes le conocieron en vida; conectando opiniones, dejándolas reposar, atando cabos sueltos intentando entender que las dos caras yuxtapuestas de la moneda condicionaron la vida y obra de un Enrique que después de muerto, sigue dando pie a especulaciones de diversa índole.

Si algo llama la atención de las entrevistas que realiza el autor para espigar la figura del cantante, es que nadie de los que quisieron  a Enrique en la intimidad quiere hacer ruido.

Creo que “Adiós Tristeza” es una buena biografía, si me permiten la osadía, quizás la mejor biografía escrita en español sobre un músico. Bargueño no da puntada sin hilo definiendo con maestría una narración de pulso firme dividida en dos partes:  la primera es la historia de Los Secretos contada como si se tratase de un pequeño sendero para alcanzar los sueños musicales que iban abrazando los tres hermanos Urquijo mientras la música  y ellos evolucionaban a la par. Así somos testigos de la llegada de la primera guitarra al piso madrileño de unos chicos de clase bien, de la estancia de Javier en Londres, o del carisma del batería Canito cuya muerte sumió a Enrique en un profundo duelo del que nunca salió.


La segunda parte es la menos brillante. Comprende la cara menos amable del compositor. La del chico desvalido con una personalidad densa y sentenciosa cuando algo no le encajaba que contaba con el respaldo de unos padres que preferían ajustar cuentas con el camello de turno a ver la realidad, quizás porque  esta era demasiado dura y abarca sus entradas y salidas de centros y hospitales de desintoxicación.

Mención aparte merece la ajetreada y desgarrada vida sentimental de Enrique cuyos pasajes pueden llegar a resultar ateridos. El autor cuenta con el testimonio de las mujeres que lo acompañaron, y a su manera, intentaron ayudarlo. Especialmente significativas son las declaraciones de Eloísa, el primer y gran amor de Urquijo. La mujer a la que mil veces  cantó y no pudo olvidar, en parte, debido a una ruptura abrupta que su carácter obsesivo se encargó de alimentar.

Los sentimientos de Enrique Urquijo están volcados en sus canciones, de ahí temas como “Primer Cruce”, “Quiero Beber Hasta Perder El Control”, o la póstuma “Hoy La Vi”. Conforme avanza la lectura, Miguel Ángel Bargueño traslada la mirada del lector hacia las entrañas de una banda de pop-rock que no siempre necesitó del barniz para brillar. Los primeros capítulos son especialmente significativos ya que se cuentan un montón de intimidades.

 De este modo, somos testigos del cambio de Tos como nombre del grupo por el de  Los Secretos, ya que el primero, no era muy serio para una banda con perspectiva de futuro. Es fácil emocionarse con el pasaje dedicado al concierto homenaje a Canito, hacedor de un éxito sin precedente en el conjunto.

Por estas primeras página  circulan un montón de músicos como Alaska y su guitarra desafinada, Kaka Deluxe, Alarma, Mermelada, Mamá, los Zombies, Nacha Pop o Radio Futura. Escenarios de toda índole como el Ateneo utilizado a modo de local de ensayo, el mítico barrio de Malasaña, la maldita Nacional VI convertida luego en canción, el famoso Rock Club en el que graban su primer concierto en directo una atípica mañana de febrero con problemas de sonido incluidos, e incluso el verano que Enrique pasa en La Manga para estar más cerca de Eloísa y que le sirvió para mantenerse alejado de sustancias y malas compañías.

Bargueño no omite testimonios. Para bien o para mal, queda claro que la entrada del batería Pedro A. Díaz en el grupo para sustituir al malogrado Canito, fue convulsa para todos, incluido el círculo de amigos íntimos y  familiares de los Urquijo . Con la llegada de Díaz a Los Secretos, abrazaron las drogas a mansalva, los nuevos aires y el desenfreno por suburbios de mala muerte hasta el amanecer y con aspecto de mendigo incluido; lejos de los buenos amigos de siempre, perdidos en la irrealidad.  Tanto naufragaron que tras el pelotazo que vivieron con “Déjame”, les llega la hora de entrar en el estudio de grabación, y no tienen nada que ofrecer hasta que Enrique, haciendo gala de sus dotes escribiendo, salva el proyecto. Para el productor Juan Luis Izaguirre, la grabación de “Algo Más”, el tercer disco, fue el claro ejemplo de las diferencias irreconciliables entre los tres hermanos en su modo de hacer música. Si Javier quería reconducir la banda hacía el pop inglés, los dos pequeños solo se identificaban con el country.

Utilizando una narración ágil y un montón de fotografías que sustentan la prosa del libro, el autor nos habla de descomposición y de volver a empezar pero, esta vez, sin Javier y con Enrique al frente de Los Secretos como refundador. Se despliegan anécdotas como la de la doble autoría de “Ojos De Gata” (incluida en el disco Adiós Tristeza) y la canción de Sabina, “Y Nos Dieron Las Diez”, misterio no resuelto a día de hoy, o la anécdota con el entonces Príncipe Felipe.

Cuando el libro llega a su fin, uno se percata de que ha sido testigo, sin saberlo, del ir y venir personal de Enrique Urquijo, porque si algo lo define como artista, al margen de la melancolía, es que sus canciones son él mismo. Sus historias tuvieron y tienen un enorme calado porque están escritas con el corazón; el corazón de un hombre complejo rodeado por muchos círculos personales. Cruel a veces, desvalido y falto de protección, otras, pero capaz de emocionarnos como pocos.









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