Libro | Rob Sheffield: Vives en las cintas que me grabaste

“Espléndido de principio a fin. Como la pérdida y la soledad cuando se asumen”



[Teresa Cerón López] @ecosdelvinilo

«Vives en las cintas que me grabaste», el último libro publicado por el periodista Rob Sheffield (Blackie Books) es un libro de memorias generoso y espléndido. Es también un libro de amor ambientado en una época y un lugar determinado: El inicio de los años 90 en Estados Unidos antes de la explosión de Nirvana. Y es ante todo, un libro de recuerdos compartidos con Renée, su mujer fallecida inesperadamente mientras cosía a causa de una embolia, y con la que solía escuchar cintas de casetes. Las grababan, las preparaban con mimo, las intercambiaban como buenos melómanos hasta usarlas como banda sonora de su propia historia de amor y las hacían exclusivamente suyas.

Cada capítulo escrito por Rob abre con la  carátula de una de las muchas cintas que atesoraban juntos con su listado pertinente como hilo conductor de lo que el autor nos quiere contar en sus páginas. Cada canción es un recuerdo, y cada recuerdo una pequeña oda a la pizpireta Renée, una muchacha a la que todo le valía siempre y cuando estuviese aderezado por una buena melodía.

Sheffield se abre el pecho a través de las playlists con las que bailaban, se enrollaban, dormían, lavaban los platos, dormían o sacaban al perro.

«Vives en las cintas que me grabaste» es un monólogo interior riquísimo en matices con un magnetismo arrollador y coherente. No es difícil entrar en la cabeza del autor mientras destripa sus grabaciones, o evoca a Pavement, a los que les pide prestado un verso demoledor con el que abre sus memorias, y que  sirve (todo sea dicho) para darnos una pista de por dónde van los tiros musicales de su narración: «I wasted all your precious time. I wasted it all on you».

Si has vivido la misma época que sus protagonistas, te tocará la fibra sensible y te dolerá en lo más profundo, cuando veas asomar la cara de la muerte abrupta que se lleva a Renée.

Es a partir de ahí, de su entierro en el condado de Pulaski, cuando la lectura adquiere más fuerza tornándose dolorosa y traumática en pasajes como este: “Si no quería tener esas experiencias, si no quería toparme con elementos vivos que me recordaban al pasado, tendría que esconderme debajo de una piedra, sitio que también me recordaría el pasado. De modo que intentaba no esconderme. Lo que me choca es que el presente esté tan vivo. A Renée no le habría chocado”.

Si alguna enseñanza sacas del libro, es la de que nada dura eternamente y que la felicidad es un estado efímero, pero Rob lo hace sin melodrama, de un modo elegante. Deslizándose por las ruinas de un castillo antaño esplendoroso que pide nuevas canciones para volver a brillar con la fuerza del pasado aunque ya nada sea como antes: “Sabía que iba a tener que volver a aprender a escuchar música y que nunca más podría volver a oír algunas canciones que nos habían gustado. Cada vez que me echaba a llorar, me acordaba de que Renée solía decir que la vida real era una canción de country mala, excepto que las canciones de country malas son creíbles, y la vida real no lo es. Todo el mundo sabe lo que es conducir mientras lloras, y también que la sensación de estar en una canción de country mala es sólo uno de los motivos por los que es una mierda”.


Espléndido de principio a fin. Como la pérdida y la soledad cuando se asumen.







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