Ellas llevan la voz cantante | Christina Rosenvinge: Foreign Land, 2002

“Es el disco que remarca la entrada a la madurez de su autora a los días de vida adulta, a la responsabilidad pesada y al desencanto sobre la hierba del Central Park”



[Teresa Cerón López] @ecosdelvinilo

Foreign Land es un disco frágil. Guarda a buen recaudo ese tipo de fragilidad sutil y bonita que penetra por cada uno de los poros de tu piel. De igual forma, invade los recovecos del corazón, lo impulsa a latir fuertemente hasta hacerlo sentir el protagonista de una película en blanco y negro. Y es que hace algunos años, Christina Rosenvinge decidió ser honesta consigo misma, empeñada en una única cosa: Crecer como artista.

Pasada la treintena, rompió su contrato con Warner, tirándose de un tren en marcha que iba a toda velocidad, porque le era prácticamente imposible seguir alargando un formato de canción que para ella ya estaba totalmente agotado.

<<«Rosenvinge se suicida comercialmente»>>, nos escribíamos el núcleo duro de sus fans, en  mensajes de texto que intercambiábamos sobre ella durante aquellos días. Poco tiempo después, supimos que se había liado la manta a la cabeza, y portando un bebé en brazos, se había instalado en Nueva York – Sí, la ciudad de los rascacielos la acogió como una extranjera más-, y que había grabado un disco.

Recuerdo, como si fuese ayer, que la información desde entonces nos llegaba con cuentagotas. Así descubrimos que había publicado un disco en el año 2000 llamado Frozen Pool, disco que sería el inicio de una trilogía que se vería colmada en 2006 con la publicación de Continental 62, su disco de regreso. El que la traería de nuevo a España para reencontrarla con el castellano porque ya no tenía ningún sentido cantar en inglés viviendo en Madrid. Pero esa es otra historia.

Vuelvo al 2000, y a la algarabía que producía saber que se había largado de gira con sus amigos de Sonic Youth. Visitó Europa de nuevo: Francia y Suiza fueron las afortunadas, mientras el New York Times alababa los ecos franceses de sus composiciones. Se ganó el respeto de los más alternativos de la ciudad, o eso decían quienes estaban cerca de ella. También que contaba con el respaldo de colegas músicos siempre.

En 2002 tuvimos más suerte. Desembarcó en España con un nuevo material discográfico bajo el brazo: Foreign Land. El disco que marcaba a fuego su estancia en la ciudad extranjera. En una ciudad marcada por la caída de las Torres Gemelas, tras la cual era cada vez más difícil ser  inmigrante.


Este segundo volumen de su llamada «trilogía americana», merece ser tratado aparte. En primer lugar, porque Christina nos lo presentó en un original formato. Es un disco-libro ilustrado con hermosas fotografías en blanco y negro que reflejan a las mil maravillas el sentimiento de tristeza que destilan las canciones. En segundo lugar, porque Foreign Land es el disco que remarca la entrada a la madurez de su autora a los días de vida adulta, a la responsabilidad pesada, y al desencanto sobre la hierba del Central Park.

Son ocho canciones de amor, pero no irradian la alegría del principio, ni te inundan con la tristeza que provoca una ruptura. Son composiciones en las que predomina la necesidad de resistir, hablan sobre ese periodo intermedio que toda relación atraviesa en algún momento. La entrega y el aguante estoico del disco, abren la veda con Off Screen. Es una pieza maravillosa, sincera desde su primer verso: «Y ahora el ruido se para por fin / Él paga la cuenta/ella espera fuera / cruzan el puente / comparten un cigarrillo / Nada ha cambiado«. Por momentos recuerda a la dulzura de Nico susurrando a golpe de cuerdas sombrías, y de un piano solemne, que existe la desolación. Parece querer dar la bienvenida al vacío desde la ventana de un sombrío apartamento alquilado sin saber durante cuánto tiempo se prolongará la estancia en el extranjero. Todo el disco es un viaje introspectivo, sólo necesita de una escucha para que el oyente se percate de que en ocasiones, Rosenvinge lanza obsesivamente preguntas al aire sin esperar respuesta. En 36, a modo de nana dulce, se plantea quién le habla cuando a su alrededor sólo hay silencio. Se cuestiona también, si en algún remoto lugar alguien la escuchará mientras su llama se apaga…. 

Al oírla a día de hoy me puede la inquietud y el abatimiento. Es sencillo navegar por este disco, y hacerlo por distintos mares también. Así, una siente que se rompe cuando arrancan las primeras notas de King Size. En esta canción la luz de la vela empieza a consumirse, pero lo hace con dulzura. Todo nos es familiar en su letra: La palidez al despertar, la casita de campo soñada, las noches letales sin nubes, y las luciérnagas que encadenan sentimientos encontrados. La voz aniñada de Christina se pierde por los bucles de la angustia dando la bienvenida a la infancia. O mejor dicho, a ese terror infantil que va de la mano de su padre. De ese hombre preciso y encorbatado que la besa antes de apagar la luz en la noche, y desata todos sus demonios junto a la niña que fue en Dream Room: «Quien busca mis ojos buscando el color de sus ojos? / Tú con tus corbatas elegantes / En tu torre en ruinas«, le dice al padre en  verso a modo de reproche velado . Hoy, interpreto ese beso y su miedo a la oscuridad, como una metáfora del miedo que nos acecha en nuestra vida adulta . Y con esta sensación de inabarcable melancolía, nos topamos de bruces con una breve oda al sexo frío, al que se practica con el cuerpo y los muelles de la cama oxidados porque todo, y el amor el primero, tiene fecha de caducidad. Submission nos hace cómplices de una situación de confusión, de desnudez total. Una no sabe si llorar a moco tendido, o secarse las lágrimas mirando al horizonte aunque éste no sea muy prometedor.

Pero el amor también fluye, quiere y desea ser tenido en cuenta aunque sea un instante. A modo de vals, en Lost In D bailamos con estos versos mágicos: «Chico pálido / este vals es para tí / mi juguete gemelo / es demasiado tarde / demasiado pronto«.

En German Heart y como si de la mismísima Björk , Christina susurra esquizofrénicamente que está desolada porque él, su amado, su compañero, se ha marchado. Y no hay consuelo. Sólo ausencia y sentimiento de pérdida. El tema se va descifrando lentamente conforme avanza la locura de ella: «Desde que te has ido/esta casa de piedra se ha vuelto muda/ quieta y solitaria«. German Heart vaga entre la belleza y la melancolía plena.

Ante tanta tensión toma su aposento, As the Stranger talks. Con una letra críptica que no termino de descifrar, e intercalando el inglés con pinceladas de español, se cierra el disco más triste de todos los que ha parido la madrileña. El más conmovedor. El que te abraza cuando más lo necesitas. Mi disco favorito.








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