Living In The Material World: A 46 años de la gema perdida de George Harrison

“La mayoría de la gente piensa que el mundo material representa puramente dinero y codicia y se ofende. Pero en mi opinión, representa un mundo físico”




[Karim López] @ecosdelvinilo

Para el primer lustro de los años setenta, la percepción pública sobre la figura de George Harrison había escapado de la gigantesca sombra de Lennon – McCartney y todo lo relacionado a Beatles, para sostenerse considerablemente sobre sus propios pies.  Ya empezaba a hacerse notar desde por lo menos cinco años atrás, en las canciones propuestas para el White Album de la banda de Liverpool en 1968, donde While My Guitar Gently Weeps  amenazaba con eclipsar la mitad de la producción del temible dúo principal de compositores, y un año más tarde cuando Here comes the sun, y Something, sobretodo, cumplieron por fin con la amenaza en Abbey Road. De repente, el mundo comenzó a tomar nota sobre un hecho que había estado en sus narices durante todo ese tiempo: George Harrison no era el clásico y rezagado hermanito menor en términos musicales de Lennon y McCartney, sino un verdadero compositor en iguales  y pesados méritos. 

Cuando la inevitable separación sobrevino y cada uno enfiló tras sus respectivos caminos, fue la oportunidad perfecta para juzgar los talentos individuales en ocasión de sus producciones en solitario, editadas casi en sucesión. John Lennon anotó puntos con su contundente aunque crudo Plastic Ono Band, que más que un álbum con intenciones comerciales fue una sesión de terapia pública para exorcizar demonios personales.  Ringo prefirió seguir bebiendo cerveza y enterrarse en remembranzas de canciones de su abuela para su debut Sentimental Journey, y McCartney siguió también en lo que mejor sabía hacer: melodías pop de pegajosa factura, pero al igual que el álbum de Lennon, un affaire mayormente sencillo y casero. Sin nadie sospecharlo, Harrison, junto con la ayuda del productor Phil Spector y un grupo élite de colaboradores musicales –entre los que se contaban figuras como Eric Clapton, Klaus Voormann, Ringo Starr y otros más – desenterró un álbum triple de cien minutos de duración. Denso, sónicamente expansivo, con capas y capas de instrumentación que competían por ser la más melódica y agradable de todas y canciones igualmente tanto memorables como accesibles. All Things Must Pass, el nombre de este experimento (y tercer disco en solitario de George, tras los oscuros e instrumentales Wonderwall Music y Electronic Sound, cuando aún estaba con los Beatles) se disparó al primer lugar en las listas alrededor del mundo en noviembre de 1970 y vendió millones de copias. Ninguno de sus ex compañeros había logrado una hazaña similar en sus periplos en solitario.  Harrison estaba en la cima del mundo. Este álbum, junto a las campañas humanitarias que realizó con el Concierto para Bangladesh en 1971, lo convirtieron en un héroe internacional en la escena del pop.

Es de esperarse que las expectativas estuvieran considerablemente altas para cuando entró al estudio a finales de 1972 a grabar su próximo álbum.  Paralelo a este período, también la devoción de Harrison hacia la espiritualidad hindú iba en un continuo crescendo, lo que en parte hacía un irónico contraste con el estado mental en el que se encontraba en el momento: cargado de autoestima musical por sus abrumadores éxitos del par de años anteriores, pero con una vida marital al borde del divorcio y un descontento general con su nuevo status de rockstar protagonista y la superficial vida material que este estilo conllevaba. Tal era el espíritu que permeaba en las composiciones de la nueva placa.

En un intento de “liberar las canciones”, según su propia reflexión, Harrison desestimó a Spector para el papel de productor y asumió el rol él mismo (también por episodios de drogadicción e impuntualidad del productor estadounidense, que diluyeron la relación), marcando una diferencia con el All Things Must Pass en el que la principal característica era la sobriedad de los arreglos. Mientras el anterior era un álbum hinchado con capas infinitas de sonido y una caravana de músicos participantes, este nuevo disco contenía solamente lo justo para sostener la canción y cargar con el mensaje. De igual forma, el núcleo de participantes se mantuvo inalterable para todos los temas, asentando la coherencia del material: Nicky Hopkins en el piano (colaborador de bandas como The Rolling Stones, The Kins y The Who), Gary Wright en teclados, el eterno colaborador Klaus Voormann de bajista y Jim Keltner y Ringo Starr repartiéndose las baterías. El mismo Harrison tocaría todas las guitarras del disco, y es en este trabajo donde mejor pueden apreciarse sus habilidades instrumentales y su peculiar técnica de slide, que lo llevaron a catalogarlo como el mejor de su género en el rock. En cierta forma, libre de otros ejecutantes que puedan opacarle o robarle brillo, y sin la preocupación de puntos de vista contrarios, las de este álbum se consideran entre sus mejores interpretaciones en guitarra.


El 30 de mayo de 1973, tras meses de retrasos y falsas salidas, vio la luz el disco, de nombre Living In The Material World, luego de rumores de ser bautizado como The Magic Is Here Again, o The Light That Has Lighted The World (una de las canciones incluidas, por cierto).  Con el tema Give Me Love (Give Me Peace On Earth) como primer sencillo promocional, el álbum escaló con rapidez a la primera posición en los Estados Unidos y la segunda en Inglaterra, mismas que mantuvo durante varias semanas. Give Me Love por su parte fue su segundo single en llegar al primer lugar, e incluso destronó del puesto de honor a su antiguo ex compañero en The Beatles, Paul McCartney, que promocionaba su tema Live And Let Die, homónimo de la más reciente película de James Bond, siendo la única ocasión en la historia en la que dos ex Beatles en solitario estuvieron en los dos primeros lugares en las listas. El sencillo en cuestión también apareció en varios Top 10 alrededor del mundo, dándole más fuerza al impulso del álbum. En un intento por reforzar la ideología del título del disco y su filosofía acerca del materialismo, los derechos de nueve de las once canciones fueron donados a Material World Charitable Foundation, organización benéfica fundada por el mismo Harrison, para causas de crisis humanitarias.

Gime Me Love (Give Me Peace On Earth), que abre el álbum, contiene un verso simple y repetido magistralmente acentuado por la guitarra slide de Harrison y fraseos a piano de Hopkins. Su autor la describe como “una oración y un enunciado personal entre yo, el Señor y quien quiera que le guste”. Sue Me, Sue You contrasta un poco con la canción antecesora, con su riff honky-tonk y letras dirigidas a Paul McCartney por la demanda que en ese momento entablaba contra los Beatles para disolver su antigua entidad comercial, Apple Corps. The Light That Has Lighted The World baja las intensidades en una balada melancólica cargada en hombros por el piano. Don’t Let Me Wait Too Long, el cancelado segundo single promocional del disco, es una joya pop romántica dirigida a su esposa, Pattie Boyd, con todas las características de un tema soul que bien pudiera haber sido cantado por voces como Carole King. El saber que pocos meses después el matrimonio con Boyd acabaría definitivamente para ésta marcharse con Eric Clapton, de los mejores amigos de Harrison, hace el patetismo de la canción más cargado aún. Who Can See It trae de nuevo a la escucha los tintes melodramáticos con melosos fraseos de guitarras. El tema que da título al disco cierra la primera cara; no quedará en la historia como una de las mejores composiciones de Harrison, pero es una que se beneficia ampliamente del trabajo afinado y potente de la banda que lo apoya.

The Lord Loves The One (That Loves The Lord), que echa a andar la cara B, posiblemente sea el punto alto del álbum, una joya con tintes bluseros que posiblemente contenga el mejor trabajo guitarrero de George Harrison en su carrera de solista. Be Here Now (no a confundirse con el disco de Oasis de 1997), es una balada acústica con ricos sonidos a ventisca y ambientes etéreos. Sigue Try Some Buy Some, única pieza reminiscente de la técnica del wall-of-sound de Phil Spector y usado tan efectivamente en el disco anterior, que con su riff descendente recuerda también las progresiones de While My Guitar Gently Weeps. Es de notar que Try Some fue originalmente editada por Ronnie Spector de The Ronettes dos años antes, en un intento fallido de reiniciar su carrera musical en pausa en ese momento, hasta que George decidió grabarla de nuevo por su cuenta. David Bowie también trabajaría en una propia versión del tema para su álbum del 2003 Reality. The Day The World Gets Round, junto al tema que le precede en el disco, es lo más cercano a canciones Beatles en esta época de la carrera de George. Por último, That Is All da clausura a la placa en un despliegue melancólico de emoción, en el que George lleva su voz hasta agudas alturas a las que pocas veces se atrevió.

Las críticas inclinaron en su mayoría la balanza a favor del disco – llamándole un “clásico pop”, y “una grabación profundamente seductora” -, aunque algunas voces no resultaron tan cálidas con el contenido tan marcadamente espiritual de las canciones, sobretodo en Inglaterra, aunque fuera de las preocupaciones líricas, las ejecuciones instrumentales fueron ampliamente alabadas.  El tiempo le ha dado al álbum una valoración justa, más inclinada a sus propios méritos que a toda el aura  y bagaje relacionado que en su momento le acompañaron. Su menor duración y sonido más conciso en comparación con el All Things Must Pass lo ha hecho resultar favorito en numerosas encuestas, y varios músicos famosos lo han señalado como su favorito de todos los álbumes solistas de Harrison, David Bowie entre ellos. La austeridad sónica, a diferencia del wall-of-sound de Spector es considerada más cercana al estilo de producción de George Martin, antiguo guía de todos los álbumes de The Beatles, lo que, para los audiófilos fans de Harrison, es siempre un punto a favor. El énfasis del carácter espiritual del material, sin perder de vista su sensibilidad social, volvió el disco una especie de pionero entre la cúpula del rock del momento, que no era mucho de inclinarse hacia esas tendencias altruistas. Sin embargo, ese mismo paso del tiempo se ha encargado de que el consciente colectivo recuerde más al All Things y las últimas composiciones con los Beatles como la coronación de los logros de George Harrison el músico, aunque el halo de su leyenda como persona se siga extendiendo más allá de las épocas en que estos trabajos fueron producidos.

Por esta misma razón, Living In the Material World es considerado el último gran disco de Harrison.  Muchas grabaciones más siguieron, con mayor o menor grado de impacto para su status como figura líder de la música (como el Dark Horse del ’74  y su subsecuente gira norteamericana, la primera por un ex Beatle en territorio yanqui desde 1966), pero ninguna más volvería a tener un resultado tan redondo y coherente como Material World y los trabajos que le precedieron. Tanta es la impresión causada por este disco, que su título prestó su nombre tanto al documental de Martin Scorsese sobre Harrison, como al libro de fotos y recuerdos publicado por su viuda, Olivia. Queda a partir de ahí entonces la duda: ¿cómo puede un álbum, de instantáneas ventas multimillonarias, convertirse con el tiempo en una obra maestra menor subestimada? Como todo en la vida de George Harrison, nada parece tener una respuesta de una sola lectura.  Bien él mismo confesaría en una entrevista: “La mayoría de la gente piensa que el mundo material representa puramente dinero y codicia y se ofende. Pero en mi opinión, representa un mundo físico”. Tomándolo expresamente por su filosofía, cumplió su cometido, y lo sigue cumpliendo más de cuatro décadas después de tomar el mundo artístico por sorpresa, y en momentos donde el mundo material sigue necesitando escuchar todavía el mismo mensaje. Sus defensores tenían entonces razón: el viejo George era un visionario.






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