Crítica | Lígula: Como troncos que sobreviven tras un huracán


El Aire Antes Del Viento 
[Hook
★★★★


[Teresa Cerón López] @ecosdelvinilo

Hay discos caídos del cielo, trabajos redondos y perfectos, que se asemejan a la ropa hecha a medida. Como si fuesen una vieja chaqueta que, aún remendada, vemos incapaces de sacar del armario. Hay discos que te hacen navegar por aguas tranquilas hasta hacerte pisar tierra firme. Eso ocurre con El Aire Antes Del Viento (Hook) del septeto madrileño Lígula. Un nuevo trabajo, alumbrado al calor de su primer disco Distant Stairs (2014), y con el que la banda ha querido romper su muro de contención para poder abrir el imaginario cual abanico. Cantando en español. Escupiendo sentimientos en la lengua de Cervantes, y huyendo de estribillos complicados que se pierden en textos barrocos, porque para hablar de historias cotidianas, de fe, o de amor, no hay nada mejor que la sencillez.

Tan solo necesitamos una escucha para que el espíritu elegante de este grupo de amigos instrumentistas nos arrolle como una furiosa máquina a pleno rendimiento.

Con una melodía muy folk y unos versos que destilan color hasta enrollarte: de este modo arranca “Dos Mil Diecisiete “, el primer corte del disco. Una canción que bien podrían enarbolar los mismísimos Wilco, pero que se gestó en Madrid para nuestra suerte. Se nota que Ignacio,Borja, Diego, Alejandro, Guzmán, Alfonso, y Joan saben cómo hacer sonar sus instrumentos. Afinan cuerdas para que la luz no tenga barreras, la proyectan sobre nuestras cabezas saliendo airosos de la primera refriega. Aún degustando “Dos Mil Diecisiete”, irrumpe “Canica” para sacarnos unos pequeños pasos de baile. “Querías comerte el mundo/ Y ahora el mundo te va a comer a ti”. Poco más que decir de unos versos que convierten la angustia existencial en imágenes sonoras cargadas de contundencia. “Hay esquemas de los que no se salir”, dicen los Lígula justo antes de regalarnos la bella “En Vilo”, una canción de las de antes, gestada para velar por nuestra mesura mental, una canción que pide paso a gritos porque no puede ocultar por más tiempo la bella historia que esconde. Una composición que habla de desamor con versos que caracolean, como las escaleras que nos adentran en el antiguo torreón de una fortaleza. Puede presumir de ser la dueña de una de las atmósferas más embriagadoras del elepé, destila pop y una cuidada sección de vientos. Este disco late. Late sin descanso, como nuestros corazones al escuchar “La Casa Naranja”. Se presenta como una piedra preciosa dentro del nuevo repertorio del conjunto, posee un coro mágico que podría llevarnos a pensar que este tema, se toma su tiempo para escupir lo que siente. En sus paredes hay añoranza, pero ante todo reina la sensación de que la esperanza no ha muerto todavía. ¡Qué bien empastan las voces!. Calidez y contención hasta hacernos sudar de placer gracias a un coro que cobra vital importancia a la hora de transmitir el mensaje final.

Recuperé el habla / contigo de paseo/ tú siempre calmas mis ansias”, dicen estos magníficos narradores de historias en “Las Redes”. Aquí, nos invitan a perdernos durante el caminar de un placido paseo, incitan al oyente a adentrarse en el paisaje que les rodea como hacen los magos en sus trucos. 

Suavemente. Sin que nos demos cuenta. Los Lígula saben elegir perfectamente las texturas, los colores, los matices, y los utensilios para arropar sus canciones. “Las Redes” es una mirada positiva al mundo con unos arreglos brutales que potencian su carácter melódico.

Han pasado varios años desde que publicaran su primer larga duración y se nota, aunque al comenzar “Agarrotado”, uno tenga la impresión de estar deambulando por la misma orilla de antaño. Quizás, la banda quiera ayudarnos en la transición, probablemente no sea fácil para los artistas dar carpetazo a un trabajo para emprender el siguiente. La acumulación de sentimientos se refleja a la perfección en esta segunda obra, pudiendo decir sin temor a equivocarnos que, El Aire Antes Que El Viento, es un disco que a los pocos minutos, conquista al oyente, logrando el reconocimiento de las voces y las sinfonías sin dificultad.

En “Gdansk” la letra marca el pulso de la música. Una música pulida y acotada por una mayúscula narración que nos insta a deambular por una ciudad inolvidable: “Bienvenido al puerto/ Te presentó al marino Robster/ El te mostrará por dónde empezar”…. La fugacidad musical de “Portugal”, canción que le sigue, nos deja en “Las Aceras “, prácticamente  el tramo final del disco. A estas alturas del periplo, no nos cabe la menor duda de que Ignacio Fernández, es un intérprete notable que poco tardará en consagrarse como tal. 

Es “Las Aceras” una de esas canciones para cerrar los ojos y dejarse llevar por sus guitarras inflamables que arden como hogueras incesantes. “Comensal” rueda y rueda encadenando palabras sustentadas  en melodías que se podrían comparar con los cantos rodados de un río. Nos hechiza su brillo y la capacidad evocadora que posee, hasta que irrumpe “Fluxus”, otra deliciosa pieza musical que muere, justamente donde nace “Trasatlántico“, una pequeña  confesión velada, cantada con delicadeza, adhesiva de principio a fin. Tarareable, bailable, con un piano que protagoniza la escena. Así da gusto empaparte de música apretando el cinturón sin angustia.

Cuando suena “El Faro”, los sintetizadores actúan a modo de propulsión, son los impulsores y el motor de una de las mejores canciones del disco. Una de esas obras con grano y profundidad latente. Llegan muy dentro de nuestros oídos, versos como: “Quiero pensar que aún no es el final/ Mantenme de algún modo vivo en las líneas“. El cóctel entre música y letra es explosivo, un perfecto resumen del barniz que tiene la obra.

El billete se acaba con “No Seas Así”, que sabrá raptarnos sin posibilidad de fuga. La última pieza del elepé nos hace ver que, estar enamorado, es tan emocionante como vertiginoso, y de este modo, los chicos de Lígula nos arrastrarán, hasta hacernos flotar como ramas en mitad del lago. Como troncos que sobreviven tras un huracán. 







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