Cruce de caminos | Let It Be

“Como no podía ser de otra manera, me iniciaba de atrás hacia adelante en la discografía de los Fab Four”
[Ricardo Portmán] @ecosdelvinilo

Mi historia personal con The Beatles se inició a los tres años, a través de sus dibujos animados con la canciones de A Hard Day’s Night. Seguir la bolita blanca sobre las letras era lo más emocionante. En aquel punto, en mi mente infantil, The Beatles eran personajes ficticios, hasta que descubrí que eran personas reales que hacían esa música alucinante. 

Irían llegando a mi sus canciones –los hits– de forma accidental y dispersa con el paso del tiempo –mi hogar no era tan musical como hubiera deseado- hasta que llegó el primer disco de verdad (a los ocho años) que como no podía ser de otra manera, me iniciaba de atrás hacia adelante en la discografía de los Fab Four: Let It Be. Esto de empezar por el final se trasladaría a mi manera de abordar los libros –siempre leo primero el final y luego disfruto el viaje de cómo se llega  ese desenlace, pero esa es una historia para otro día-.

Let It Be, el vinilo, cayó en mis manos vía mi padre, quien lo guardaba desde que se lo regalara a mi madre en una navidad y tras el divorcio quedara bajo su custodia. Era la edición antigua, lo cual me benefició porque llegó con el libro original de las Get Back Sessions, una verdadera joya.

Solo conocía de antemano las canciones Let It Be y Get Back, por lo que la experiencia de escuchar el disco me resultaba una novedad absoluta, un viaje guiado por estos genios. Yo no entendía de orquestaciones ni de Wall of Sounds de Phil Spector –¿Quién era Spector?– y mucho menos de separaciones, porque ignoraba que este disco se lanzó en paralelo con el final oficial de la banda. He de admitir que odié a Paul durante año por haber sido el que dio el portazo, inquina que desapareció cuando leí que George se quería ir desde el 66, que Ringo abandonó temporalmente en el 68 y que en octubre del 69 Lennon anunciaba en una reunión en Saville Row que se acababa la fiesta.

Volviendo al disco, debo dejar constancia que eso que viví fue antológico y me marcó de por vida, empezando por ese sardónico “I Dig A Pygmy’ by Charles Hawtrey and the Deaf-Aids! Phase one, in which Doris gets her oats!”. Two Of Us iniciaba con un country que me parecía divertidísimo para cantar en mi inglés macarrónico, una maravilla para dar de palmas. 

Dig A Pony se mantiene como uno de mis temas preferidos de todo el cancionero beatle. Sinceramente la amé desde la primera nota. Luego John hablaría barbaridades de esta canción, y su letra se quedaría desfasada ante los cambios mundiales, pero el efecto general de la interpretación –era la grabación retocada del Roof Concert– el sentimiento y la vibración, eran inigualables. Cuando ya de adulto pude ver como la tocaban en el film no pude menos que estallar de la risa con las equivocaciones de Lennon a la guitarra; impagable ver a John sacando la lengua, asumiendo su error, pero es que ese viento helado del enero londinense era un enemigo implacable.

Across The Universe para unos es una maravilla, para otros –como el inefable Ian McDonald– una desgracia. En mi caso, siempre fui de los primeros. Esta balada me dejó sin habla, hermosa, profunda, con una letra casi cinematográfica y John en su versión vocal a lo I’m Only Sleeping. Luego, siendo más ortodoxo, me quedaría con la versión original de 1968, pero la incluída en Let It Be, como fue la primera que escuché, tiene para mi un valor emocional imperecedero.

George Harrison, el habitante del rincón oscuro y silencioso, era un misterio para mi. Siempre le veía lejos de los protagonismos y con I Me Mine me dio una sonora bofetada. Me encantaba ese ritmo de vals tan triste contrastando con el estribillo three-chord-rock donde George se rebelaba ante la vida y sus avatares. Es una pena que John no se tomara en serio un tema tan poderoso y se decantara por practicar sus pasos de baile con Yoko, en vez de aportar una armonía rasposa en el coro.

Dig It me parecía una marcianada, un retazo fuera de contexto para rellenar (la jam completa es mucho más agradable y comprensible) e incluso siempre asumí –acertadamente– que Lennon empastó el final de su voz infantil con el inicio de Let It Be como un acto de sabotaje a Paul.

Let It Be era de mis canciones preferidas entonces, aunque paulatinamente dejé de escucharla -tal como me pasaría con Yesterday-. En su favor debo decir que el solo de guitarra incluido en el elepé –esa rabiosa Telecaster de palorosa– me parecía muchísimo mejor que el del single, apagado y monótono.

Maggie Mae era otro de los caprichos/pegote del disco. Una broma tan liverpuliana que solo ellos la entenderían. 

El lado B iniciaba con I’ve Got a Feeling y subía el listón del empaque. Era la última canción compuesta a medias entre John y Paul, aunque apegándome a la verdad solo eran dos canciones incompletas que por casualidad encajaban a la perfección. Aquí la banda sonaba compacta, incluso me atrevo a decir que disfrutaban de estar juntos durante esos tres minutos y medio.

One After 909, el rock n’ roll perdido que llevaba dando vueltas desde los primeros tiempos del grupo y terminaría en su despedida. Este arrebato ferroviario, compuesto por Lennon en su adolescencia, era el genuino recordatorio de una época que no volvería y de una amistad que no reverdecería.

The Long And Winding Road no la aguantaba, siempre levantaba el brazo del tocadiscos y me iba directo a For You Blue, un sencillísimo blues de Harrison dedicado a su esposa Pattie con Lennon demostrando que podía tocar la slide de una manera aseada y hasta con cierto arte. 

Get Back cerraba y lo hacía con luces de colores. Siempre amé los punteos de John en ese tema, que aquí tenía un final distinto al del sencillo. Se cortada secamente y John, quien siempre quería tener la última palabra, daba el portazo con el mítico comentario: “I’d like to say thank you on behalf of the group and ourselves and I hope we’ve passed the audition”. 

Sí, pasaron la audición, sin duda.
Let It Be es el disco huérfano, el que llevaba a algún lugar con algo que no era el pop inicial, ni la sobreproducción del 67 y menos la crudeza del White Album. Let It Be era un puente que no llegó al otro lado del precipicio, dejando en el aire la pregunta de que habría pasado -musicalmente- si al menos hubiera sido el penúltimo disco de The Beatles. 



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