Cruce de caminos | Sticky Fingers

“Se me vino el mundo abajo con esas guitarras que eran el mismísimo demonio”

[Ricardo Portmán] @ecosdelvinilo

A cierta –corta– edad todo lo ves en blanco y negro, sin grises, y en la música mucho más. Yo era de The Beatles. Punto y final. Los Stones me eran indiferentes, no tragaba ese sonido tan basto, tan alejado de los cristalinos liverpulianos. Esta actitud de mi temprana niñez me duró unos cuantos años de navegación colombina por el Let It Be, Abbey Road y Revolver. Todo estaba en orden hasta que mi padre me heredó su copia original del Sticky Fingers. La tapa ya me causaba por lo menos curiosidad –¿A quién se le ocurre ponerle una cremallera a una portada?– así que decidí pincharlo. Revisando primero los títulos en la galleta del vinilo me hizo ruido que no estaba Satisfaction (estúpido de mi, tan profano en lo concerniente a Jagger y compañía). 

Adelante, Brown Sugar. Se me vino el mundo abajo con esas guitarras que eran el mismísimo demonio. Tuve que contenerme para espontáneamente venirme arriba –no, mis Beatles no merecen estos cuernos– con el ¡yeah, yeah, yeah, woo! final. Con Sway en particular fue cuando me rendí a la evidencia que me había enamorado del sonido Stone, que era solo rock a toda pastilla, porque con medios tiempos como Sway es irresistible el abandonarse al libre albedrío de la marea de los Glimmer Twins. 

Wild Horses puso el penúltimo clavo en el ataúd de mis prejuicios. La sinfonía de guitarras translúcidas de Richards y Taylor me desarmaron, articulando el primer deseo por tomar una guitarra y sacarle esos mismos aires -sí, muchos de mis conocidos pueden no saberlo pero fue Wild Horses la que me llevó a las seis cuerdas-. 

Final abrupto para la siesta en Torremolinos con Can’t Your Hear Me Knocking, con las manos prodigiosas de Mick Taylor tomándome de la pechera, como diciendo “¡ves lo que te perdías, bloody bastard!”; aún hoy no puedo evitar hacer air guitar con todos y cada uno de sus riffs y punteos. You Gotta Move en su momento era la pista que no entendía, quizás demasiado profunda y purista, pero lo que entonces me parecía un cántico para las ovejas hoy me transmite la vibración del delta como pocos ejercicios blues.

Bitch era -y es- para ponerse a dar de saltos, para dedicársela a unas cuantas niñas que me sacaban cinco o seis años en una etapa vivencial donde un año era una vida. No te miran por ser un imberbe prepúber, pero mirarán… mirarán. Esa rabia pasaba en un instante a melancolía con I Got The Blues –feeling low down on blues, Jagger, así es– con uno de mis momentos favoritos de cualquier disco de los Stones: el humeante solo de órgano góspel de Billy Preston, vértigo para feligreses y profanos.

Sister Morphine era la oscuridad, el drama real, el dolor del Sticky Fingers, tan intensa en su tristeza que se me hacía insoportable su escucha. Mucho tiempo después descubriría que la escribió Marianne Faithfull y los Glimmer Twins le habían negado su crédito como autora; cuando adquirí una copia en formato compact disc fue cuando pude constatar que los créditos habían sido ajustados a la verdad. Marianne no se merecía tal desprecio a su arte.



Take me down little Susie, take me down… a pesar de su letra con agridulce tristeza interestatal, en lo rítmico Dead Flowers estaba en las antípodas de Sister Morphine, transmitiéndome un efecto benéfico y viajero. Dead Flowers tenía -y tiene- la rara cualidad casi cinematográfica de llevarme directo a una vida ajena.

Moonlight Mile es la única que no pude apreciar en ese tiempo porque un gran cañón ocupaba transversalmente su espacio en el vinilo y la aguja no tenía tracción 4X4. Mucho después pude degustarla y sí, gonna warm my bones con uno de los arreglos de cuerdas más efectivos que nunca incluirían los Stones en un álbum.
Sticky Fingers me enseñó el camino de los Stones, obligeandome a darles un lugar compartido en la cima de mis preferencias –The Beatles ya no estarían solos en esas cotas-. Desde entonces este álbum del jean ajustado nunca ha perdido su condición de imprescindible personal de los Stones, por mucho Beggars Banquet o Let It Bleed que haya escuchado hasta el infinito. 




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