Cruce de caminos | Rattle and Hum

“No quería perfección, quería realismo y lo obtuve”

[Ricardo Portmán] @ecosdelvinilo

Caracas, 1991. U2 hacía años que era la megabanda para la aldea global, pero yo seguía en mis trece con respecto a Bono y compañía. The Joshua Tree había sonado hasta la saciedad en todas las efeemes; sus vídeos revisitando el roof concert de The Beatles o caminando por las avenidas iluminadas de Las Vegas los tenía tan vistos que ya los aborrecía. Sí, pecaba de hater mucho antes que ese término se institucionalizara. No es que fuera mal disco The Joshua Tree, pero me sonaba tan comercial, tan ‘impecable’ que me dejaba con un sabor de boca agridulce. Aquí es donde llega a mi vida el denostado Rattle and Hum.

No recuerdo con claridad cómo llegó a darse la circunstancia, pero lo cierto es que mi gran amiga del instituto Y.L. me prestó un vinilo doble de U2 -“Escúchalo bien, es oscuro, es otra cosa, pero me lo devuelves”-. Era Rattle and Hum, disco del que conocía solo una canción, Desire. Todo era tan lento en esa época que lo normal era no haber visto la película –había que esperar los ciclos de cine especializados o el home vídeo en VHS– por lo que únicamente quedaba hacer un ejercicio de imaginación con el disco.


Una vez en casa, con la aguja en el surco, el primer highlight: Helter Skelter, tan distinta pero tan potente, con Bono reventándose la garganta (comienzo en llamas). Lo que le seguía me dejó noqueado: la gloriosa sencillez de Van Diemen’s Land, con un Bono(!) que cantaba con sutiles flaquezas y una claridad sospechosa (resulta que era The Edge a la voz y yo no me enteraba). Luego el gran single, Desire, para hacer palmas y saltar sobre la cama… un hit de los de antes. A partir de aquí empezaban las maravillosas oscuridades americanas del Rattle and Hum, con Hawkmoon 269, impresionante en sus matices midwest, con Mr. Dylan a cargo del órgano gospel –Pastor del Hammond-. Durante muchos años he visto como es denigrada hasta niveles ridículos la versión del All Along The Watchtower (nuevamente Dylan asoma desde el palco de la autoría), pero debo admitir que su crudeza, su ruda ausencia de medias tintas, me caló –no quería perfección, quería realismo y lo obtuve-.

I Still Haven’t Found What I’m Looking For llegaba en la forma quedebía: como un canto celestial, una policromía de black gospel y irish folk. Tras escuchar esta reencarnación de la canción nunca volví a escuchar igual la versión oficial incluida en The Joshua Tree –y cuando digo nunca, es nunca-. 

Admito que a aquellas alturas de los primeros noventas no había escuchado nunca Silver and Gold (sí, era un fan de medianías) y la inclusión de esta performance sacada del film me pareció pertinente e interesante, porque al fin y al cabo era una canción nueva para mis oídos; es indudable que no hay ningún blues en el solo de The Edge, pero ¿quién puede discutirle la tristeza rabiosa a su rasgueo?. 

Pride, en vivo, con la parroquia cantado a voz en cuello, me parecía infinitamente mejor que la versión de estudio (que nunca me convenció) siendo esta mi primera conexión real con un clásico de todos, pero que no lo era tanto para quien escribe.


U2 estaban (y quizás lo estén aún) enamorados de los Estados Unidos y su viaje iniciático a los Sun Studios de Memphis dejó para la posteridad la riqueza old school de Angel of Harlem (benditos Memphis Horns). Love Rescue Me ahondaba en el lamento country/blues (nuevo capítulo de Bob Dylan en R&H), mientras When Love Comes to Town llegaba con el as de B.B. King embelleciendo un blues extremadamente sencillo tocado en piloto automático –éste género definitivamente nunca ha sido el fuerte de los irlandeses-. Hasta aquí, la ronda por las raíces negras cumplía, pero lo siguiente bajaba el efecto. La primera pausa forzada llegaba con Heartland y God Part II, que no me calaban, quizás demasiado nebulosas e irregulares para la sensibilidad teenager de entonces –hoy, me son menos ajenas-. 


Bullet The Blue Sky me regresaba de babia con el duro azote de realismo bélico de The Joshua Tree. Una vez apagadas las chispas y recogidos los casquillos, el final llegaba con una nana apasionada: All I Want Is You, la mejor coda posible para un disco que me convencía totalmente no solo por sus muchos momentos de calidad, sino porque lo escuchaba sin juicios previos ni comparaciones odiosas con el álbum multiplatino que le precedía. 
Finalmente tuve que regresarle –a regañadientes– a su dueña el Rattle and Hum, pero esa ausencia fue corta, porque este disco-oveja negra a la postre terminaría siendo el primer  compact disc que compré en mi vida, el cual aún conservó en un estado muy precario, fruto de largos años de disfrute y degustación.

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