Cruce de caminos | Radical Sonora

“Ni es novedad, ni es anticuado; simplemente es y con eso basta para disfrutarlo”
[Ricardo Portmán] @ecosdelvinilo

Nunca fui el más fan de Héroes del Silencio. Lo admito sin vergüenza. Me entusiasmaban temas sueltos de la banda aragonesa pero sin llegar a convertirme en creyente suyo, porque no hacía buenas migas con las guitarras barrocas –siempre he sido más de libertades sonoras-. Les perdí la pista tras Avalancha, quedándome con el antojo de haberles descubierto el lado más arriesgado, ese que (muy discretamente) se nutrió de los viajes de Enrique Bunbury y yacía en el lecho seco del río. 

A continuación transcurrió un silencioso tiempo de entreguerras, donde muchos guardaron luto por Héroes y otros nos preguntábamos que pasaría con el siempre inquieto Bunbury. Mis primeros pensamientos eran un vaivén de posibilidades: Que formaría otro grupo, bajaría los decibelios de su hard rock, posiblemente incursionaría en la línea de un britpop a su manera, quizás se regalaría unas largas vacaciones para retomar el mando del buque Héroes, una vez la marea de las tensiones grupales entrara en bajamar; en todo me equivocaba, porque Enrique maquinaba –figurada y literalmente– su propia reinvención.

Mi primera toma de contacto con el nuevo Bunbury peli-corto fue el videoclip de Salomé. Tirantes, indumentaria duotono, gafas oscuras que le cubrían media cara, como si se hubiera eliminado años de carretera y trasnocho. El sonido, muy electrónico, alineado con lo que hacía Bowie en el Earthling. Intrigante, demasiado sorprendente como para poder resistirme a esa nueva encarnación del artista.


Cuando tuve el Radical Sonora entre las manos, antes de escucharlo revisé a conciencia el libreto (era un disco compacto) y la imaginería propuesta me dio una infinidad de pistas sobre lo que escucharía. Con producción de Manzanera y la presencia familiar de Alan Boguslavsky me sentí tranquilo, confiado. La primera escucha completa de Radical Sonora me dejó literalmente exhausto -también aliviado- solo como lo hace un disco mayúsculo.

No me sorprendió que no fuera bien recibido, porque lo que rompe causa traumas y no todos están preparados para dejar partir lo que ya no existe. La parroquia esperaba un Héroes 2, el regreso del frontman, pero se encontraron de bruces con un visionario jugando con fuego sin quemarse. La electrónica de amplia espectro de Big Bang, Planeta Sur, Contracorriente y Servidor de Nadie mandaban al panteón el rock de estadio; Polen sumaba trascendencia y profundidad, incluso épica. Y Alicia, esa hermosa Alicia en el laberinto, el primer clásico individual, la canción que nunca ha podido dejar de tocar, el atisbo del Enrique Bunbury que sería más adelante. 

El Huracán Ambulante acompañaba y apoyaba con fiereza, como diciendo que ellos también creían en el viaje inaugural de Bunbury. El Azteca de Oro y Copi se mostraban como los grandes aliados musicales, mientras Gacías aun estaba lejos de su rol como cicerone del cantante. Del Morán, un bajista de Cleveland, daba la pincelada de black soul, de graves con historia. Por su parte Enrique asumía su papel de instrumentista –ya no se conformaría con ser solo la voz, también quería ser las manos– en especial con esa singular guitarra acústica que formaría parte de su imagen durante un buen tiempo. 

La famosa indicación de la contraportada –la que le causó disgusto de Santo Domingo– para mi era un pensamiento anecdótico y nunca una invitación al vuelo inducido. Quien quisiera podría seguir esa instrucción y el que no, pues a dejarse llevar en volandas por los loops y las secuencias. 


Bunbury sufrió mucho con la promoción de Radical Sonora. Mucha sesera seca de tanta guitarra distorsionada clamaba por Héroes, sin detenerse a pensar en el roto que se le causa a un artista que apostaba por dar un paso valiente en vez de apoltronarse en un modelo con ingresos seguros. Ese era el momento en el cual Enrique tenía menos coraza ante la incomprensión y eso casi le lleva a retirarse. Afortunadamente el retiro a la casa familiar en Cambrils que dio de sí Pequeño –y todo hay que decirlo, su bendita testarudez– lo conservó para el bien de todos.
Hoy, escuchar Radical Sonora me supone una regresión en toda regla, así como una oportunidad de apreciar matices que en su momento eran demasiado ‘actuales’ y hoy pueden parecer desfasados. Lo más recomendable es dejar que la burbuja de aire del nivel quede exacto en la mitad, porque Radical Sonora está fuera del territorio de las tendencias: ni es novedad, ni es anticuado; simplemente ES y con eso basta para disfrutarlo y conservarlo en el lugar exclusivo que bien ha ganado.




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